Y es verdad que no solo de pan vive el hombre y tampoco su dedicación en este paso terreno consiste tan solo en la satisfacción de las necesidades físicas, sino que el aspecto festivo, el otium, el ocio, lo que le aparta del trajinar diario, juega un papel fundamental frente a lo que no es ocio, el negocio, negotium para los latinos. Pero, en esta manipulación social e histórica a la que asistimos por todos los rincones del mundo, el negocio ha caído en las redes del capitalismo que nos rodea, y ha perdido sus señas de identidad festiva convirtiéndose este día en ser puros peleles de la sociedad de consumo. Pues, ni la festividad se fundamenta en una tradición cristiana, ya que el santo se ha arrancado de las páginas del santoral católico ante la duda si existió un san Valentín protector de los enamorados y, a lo más que se ha admitido de este santo, que en su vida profesional ejercía de sacerdote, casaba en secreto a los soldados y fue mártir de las manos de Claudio el Gótico. Se celebró por coincidir la fecha de su martirio con la del catorce de febrero y con la celebración de las fiestas romanas de la Lupercalia, que consistían en la exaltación, más bien, la imprecación de la fertilidad por parte de las mujeres que se golpeaban con látigos de cabra y perro solicitando ser fecundadas.
Ni qué decir que el Valentín de Terni ni de Mais, el primero por su mucha basílica en la que se venera, y el segundo por el patronazgo ante la epilepsia puede relacionarse con esta fecha.
Antes bien, la etimología de Valentín con el verbo valeo, tener salud, ser fuerte, se presta en muchos sentidos al goce de esta fiesta y permite versiones de todo tipo e interpretación a la hora de brindar por la felicidad de los enamorados.
Sea lo que fuere, la fuente o la mecha que desencadenó esta fiesta de origen germánico y trasplantada a Estados Unidos, se universalizó por muchos rincones de nuestro orbe. Y, al caer en las redes de las multinacionales comerciales, perdió su leyenda cristiana, y la ocasión de celebrar la tan obligada primera declaración de amor, el primer ósculo escondido en la penumbra de un callejón romántico, el primer abrazo lleno del intenso amor de los iniciados y la confirmación anual del compromiso adquirido en el noviazgo. Quedó programada por las redes de las agencias que le organizaron las giras del día de los Enamorados en tierras lejanas al primer rincón donde Cupido sacó de su carcaj el primer venablo, y la celebración de aquel día íntimo se socializó con banquetes en los que los corazones rojos de simple cartón pintado abundan entre los comensales. Al menos, los jóvenes juegan con el Eros del destino intercambiando cartas misteriosas y regalos florales en testimonio de sus primeros contactos amorosos.
Y, como unas harpías devoradoras, aparecen por todos los lugares las tiendas de floristería que aprovechan este sentimiento profundo humano para aumentar su caja elevando los precios de los ramos que se intercambian los enamorados.

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