El
espartano
Lisandro dejó una estela de una
gran
fama sobre su persona, conseguida más por la fortuna  que por su valor.
Pues parece que este ateniense acabó la guerra contra los espartanos
que mantuvo durante 26 años. No se oculta con razón cómo 
consiguió esto. Pues, no por el valor de su ejército, sino que lo
consiguió por la falta de disciplina de sus adversarios, que, porque
no obedecían a sus jefes, según lo dicho, dispersados en los campo,
y, abandonadas sus naves, cayeron en manos  de los enemigos. 
Hecho
esto, los atenienses se entregaron a los espartanos.  Lisandro, 
ufano de esta victoria, habiendo sido siempre enredador y osado, de
tal modo  soltó sus riendas a sus pasiones  que  los espartanos se
hicieron muy odiosos por su culpa a toda Grecia. Pues como los
espartanos hubieran ido diciendo que el motivo que  ellos sostenían para
hacer la guerra era abatir el desenfrenado dominio de los
atenienses, después que junto al río Egos Lisandro se apoderó de
la armada de los enemigos, no maquinó otra cosa que el mantener bajo
su dominio  todas las ciudades, simulando que el mismo hacía esto
por la causa de los espartanos. Pues, una vez echados los que se
habían puesto de parte de los intereses de los atenienses,  había
elegido diez vecinos en cada una de las ciudades, para delegarles el
más alto militar y el poder de todos los asuntos. Nadie era admitido
 entre estos, sino el que mantuviese con él la correspondencia de
hospitalidad o al que le había hecho juramento de estar en todo a su
disposición.  
    II
Una
vez establecido el poder decemviral  en todas las ciudades,  con una
simple señal suya todas las cosas se gestionaban. Acerca de su
crueldad y su perfidia, basta exponer un solo asunto a modo de
ejemplo, con el fin de no fatigar a los lectores con la enumeración
muchas cosas más.  Al regresar vencedor de Asia y  tras  haber
torcido el camino  hacia Tasos, que era la ciudad muy fiel  con  los
atenienses,  -como   si     no solieran  ser  los más firmes amigos
los mismos que habían sido los  perennes enemigos- deseó ganarla
para si.  Pues vio que, a no ser que hubiese ocultado su voluntad en
esto,  sucedería que  los de Tasio huirían   y  se preocuparían
por sus propios intereses…
   III
 Así
pues, los lacedemonios  quitaron el poder de los decenviros
organizado por Lisandro. Irritado  por este hecho doloroso tomó la
resolución de quitar a los reyes. Pero el se daba cuenta que el
mismo no podía hacer esto sin  la providencia de los dioses, porque 
los espartanos acostumbraban a consultar todas las cosas a los
oráculos. En primer lugar intentó sobornar al oráculo de Delfos. 
Tras
no poder conseguir esto, se dirigió a Dodoma. Fue rechazado también
de este lugar y dijo que  el mismo había hecho votos de presentar
algunos dones a Júpiter  Hannón y que tenía que cumplirlos,
creyendo que mismo sobornaría  a los africanos con mayor facilidad. 
Habiendo marchado con esta esperanza a África, los sacerdotes de 
Júpiter lo engañaron. Pues no solo pudieron ser  sobornados, sino
que enviaron legados a Esparta para acusar a Lisandro, porque intentó
sobornar a los sacerdotes del templo.  Fue acusado por este delito y
absuelto por las sentencias de los jueces;  tras ser enviado en ayuda
de los orcomenios,  fue matado por los tebanos cerca de Haliarto. 
Todo el fundamento cierto de su enjuiciamiento  sirvió de
prueba una frase -que  tras la muerte fue encontrado en su casa,-
 en el que persuadía a los espartanos que, una
vez disuelto el poder, fuera  elegido como jefe para llevar a  cabo
la guerra,
pero esta frase fue escrita de tal manera que  parecía que estaba
conforme con los oráculos de los dioses, los cuales no dudaban
lograrlo   confiando en su dinero.. Se dice que Cleón de Halicarnaso
le  había escrito esta sentencia.
   IV
Y
en este asunto no debe pasarse por alto el hecho de Farnabazo, rey
sátrapa. Pues, como  Lisandro, siendo jefe de la armada, hubiera
cometido muchas  cosas con crueldad y avaricia y sospechase que sus
propios paisanos habían tenido noticia de algunas de estas cosas,
pidió a Farnabazo que le  diese un testimonio para presentarlo a los
éforos, con cuánta veneración  había llevado a cabo la guerra y
se había comportado con los aliados y  que escribiera sobre este
asunto sin cuidado alguno, afirmándole que grande sería la
autoridad de Farnabazo en este asunto. Le hizo promesas generosas a
este;  escribió un libro muy difuso, que le pudiese servir de
testimonio  con muchas palabras, con las cuales lo ponía sobre las
estrellas. Tras haberlas leído y aprobado este libro, al tiempo del
poner el sello, puso debajo otro firmado  de  igual tamaño, y  tan
parecido  que no podía distinguirse, en el que él  había acusado
con descuido su avaricia y perfidia. Lisandro  tras haber regresado a
su patria y después que  había hablado  lo que había querido sobre
la gestión de sus asuntos  ante el más alto magistrado, le entregó
como  testimonio  el libro dado a Farnabazo. 
Habiendo
hecho retirar a Lisandro,
después de haber leído el libro,  ellos
mismos se lo dieron para leerlo. Así pues, el mismo Lisandro, por
ser imprudente, fue su propio acusador. 
No hay comentarios:
Publicar un comentario