
Sin embargo, tanto los belenes
como los nazarenos son, en la actualidad, dos maneras de
comportamiento social de un amplio sector de muchas familias, pueblos
e instituciones., El belén, sin duda surgido de la tradición
franciscana para catequizar al pueblo sencillo, se refleja variopinto
durante este periodo navideño en muchos lugares religiosos,
institucionales, comerciales, escolares y domésticos. Es la esencia
y el crisol de una tradición artesanal, donde el barro se hace
modelado de figuras de la infancia de Cristo y de un contexto
natural y urbano adaptado a los mas exóticos escenarios. Hay
belenes históricos que tratan de reproducir la Jerusalén del siglo
I, pero se exhiben belenes también con el entorno de barrios
musulmanes ( se contemplan reproducciones de barrios ciudades
patrimoniales como la Granada musulmana, sus callejas, sus puentes
del Darro, sus puertas y sus viviendas; en nuestro entorno con la
fortaleza de la Mota); abundan otros con los paisajes desérticos
repletos de oasis y presididos por el río que lo atraviesa entre
cantos rodados y puentes simulados de madera; algunos exhiben sus
manos ingeniosas y, en su belén, levantan, mediante una labor de
sofisticada miniatura, monumentos de sus ciudades o los pequeños
rincones de los talleres u oficios de la época en un ejercicio
anacrónico de defensa del patrimonio cultural. Los más atrevidos se
visten de napolitanos en el siglo XVIII y, en la actualidad, quieren
manifestar la solidaridad con los rostros vivientes del Niño de
Belén mediante el uso tecnológico o de arte vanguardista.
No es de extrañar que las
oficinas de turismo o las áreas de cultura repartan folletos, en
los que anuncien rutas belenísticas, o planos con puntos de e
muestras belenísticas. Sin embargo, el belén sufre el embate de los
árboles de Navidad y de los papás Noeles. No es de extrañar que la
proporción entre ambos se inclina en demasía a favor del segundo
personaje, que se adapta más bien al consumismo del momento, a la
sociedad capitalista, y a la camaleónica voracidad de invertir el
verdadero sentido de las fiestas. El Belén es, más bien, una
reliquia de los templos, donde, al menos, los artífices de su
composición, muestran y conservan la desnudez divina en un establo
de pobreza que se ofrece a unos pobres pastores y se anuncia, con la
luz de una estrella, a todo el mundo representado por los magos. Es,
esencialmente, una lección universal de religiosidad popular.

Y, lo mismo que el belén era el alambique de la
pobreza, los sufrimientos humanos se identificaban con los
penitenciales nazarenos. Y esos, hoy día, no son otros sino los
emigrantes sin trabajo ni alojamiento, esos que buscan la posada y
nadie se las ofrece, los excluidos del sistema, los pastores ansiosos
de un cambio de una nueva vida que los transforme, los inocentes
refugiados que sufren las matanzas injustas de las guerras y los
encadenados en un cúmulo de infelicidad, que manifiestan su rostro
nazareno.
Entre belenes desnudos y nazarenos
sufrientes, acaba el año 2016. La mayor parte del belén o del
pueblo nazareno es un conglomerado de pueblo trabajador, gente
emprendedora y compromisos vecinales y familiares. La estrella
ilumina con intermitencia en la oscuridad de la noche de la crisis.
Y eso que la luz de nuestras calles pretende proyectarnos a un mundo
feliz para todos.
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