DE AQUELLA FERIA DE ALCALÁ LA REAL A  ESTA FERIA 
Francisco Martín Rosales
Ya los
decían los romanos, al hombre había que someterlo a dos parámetros que resultan
vitales para su coexistencia y convivencia. Nos referimos al ocio y al negocio.
Dos formas de completar su paso por la vida. Uno, fundamental para subsistir
y  ejercitar las cualidades físicas; el
otro, imprescindible para alimentar las cualidades del espíritu. Viene esto a
cuento de la feria. Y, es que, siempre, 
en las ferias se alimentaba el espíritu con el negocio, pero también, a
sus expensas, el ocio fue ocupando un lugar privilegiado y surgieron miles de
formas para evadirse con el espíritu de los momentos duros del pelear cotidiano
y de la monotonía del ímprobo trabajo.
Muchas
veces nos hemos revestido de una pluma que no nos correspondía  para describir la feria de Alcalá la Real , remontándonos a tiempos
de tirios y troyanos. No tenía otra justificación que examinar los orígenes,
los resultados y las expectativas de un ayer ganadero que se esfumó con la
perspectiva ilusionada de  un mañana
emprendedor, teñido del consumismo festivo del momento. Lo hacíamos con el fin
de recuperar  tiempos que no podíamos ya
recuperar y  en  los que tuvieron  lugar 
el
origen, el desarrollo y las características formales de la actual feria de
septiembre de Alcalá la
 Real. Aquí  van estas 
pinceladas, estos fotogramas 
hasta llegar a la feria de 2004.
Fotograma Uno. 
En tiempos del negocio,
cuando el hombre no podía hacer otra cosa que ejercitar  el negocio para alimentar a su familia, la
feria de Septiembre siempre fue, por su esencia, ganadera y comercial. Durante el siglo XVI y XVII, incluso en
siglos posteriores, la actividad agropecuaria centraba la mayoría de las
actividades económicas de las tierras alcalaínas. En su amplia geografía
comarcal se extendían los terrenos baldíos y comunales, pasto  para el gran número de ganados que abundaban
en las sierras del Castillo de Locubín, de San Pedro en 
Fotograma Dos.
El ocio llegó con  el Despotismo Ilustrado y la feria ya no era
un puro  negocio de supervivencia. Por
el  Catastro del Marqués de la Ensenada , elaborado en
torno a 1750, tenemos constancia de la importancia relativa y en declive  de la cabaña alcalaína, pero también del
avance de la agricultura. La trashumancia dejaba paso al asentamiento en los
rincones más alejados del casco urbano. Nacían las aldeas, proliferaban
cortijos por doquier. Ya, en la feria, no sólo se vendía el ganado, sino
cualquier  tipo de apero de labranza, la
caldera para la matanza, el candil de Lucena, y las trébedes para cocinar. Como
era evidente, el negocio hacía volar a la imaginación, y se acercaron los
promotores del ocio, como complemento de las actividades comerciales..
Para el  negocio de las alturas, se permitió una gran
cantidad de roturaciones de las muchas dehesas, las pocas que quedaban:  los Llanos, terrenos de Frailes, Encina Hermosa,
Charilla, el Palancares, el Camello, Mures, y otros lugares serranos
comprendían una tercera parte de los terrenos 
cultivados por los vecinos de la ciudad. Tan sólo el campo que sobraba  a la agricultura o era imposible de labrar,
se reservaba para la ganadería. Pero, aún así, 
la carnicería de los vecinos de la ciudad se abastecía con sus reses y
animales-tan sólo trescientos cincuenta carneros anuales, cuarenta vacas,
seiscientas ovejas y quince machos-. Poco, para tanto animal en los montes. Y
ello  daba lugar a un excedente que
obligaba al comercio entre los ganaderos de la zona que se desarrollaba en la
feria y, a su amparo, hubo que regular aquella avalancha humana que se divertía
con los saltimbanquis, los jugadores de cartas, los cantores de ciego, los  y teatros de calle .
Y la feria, que era heredera de
los foros romanos, se sacralizó. Surgieron 
los primeros problemas. Se produjeron disputas entre pueblos por las
fechas de la celebración de este acontecimiento, se adoptaron medidas de prevención
por pandemias, pestes, epidemias y promotores de altercados públicos. Porfiaban
los gobernadores y señores por señalar patrón a este acto festivo y comercial.
Primero, nombraron a San Agustín, luego se inclinaron con la festividad de la Natividad  de la Virgen , a veces la dejaron
en una actividad sin patrón, hasta que en el siglo XIX, el turnismo entre
conservadores y  liberales, nombró
artificialmente como patrón a San Mateo.  
Toda esta evolución y regresión
ganadera  afectaron a la feria comercial,
convirtiéndola desde mediados del siglo XX en una fiesta, testimonialmente
comercial, y esencialmente de diversión. Sin embargo su tradición ganadera
siempre pervivió obligando, incluso, hasta principios de  este siglo, a reglamentar la entrada de
ganado. Pura anécdota es el año 1911, cuando 
se fijó la entrada de ganaderías para la feria  por la calle Real, Rosario y San Blas y la
normativa de establecerse en los ruedos de la ciudad a partir de  la
 Cruz  de los Muladares, -donde se mantuvo hasta los años sesenta-,
impidiendo la entrada por la calle Utrilla, que era uno  de los itinerarios más frecuentes de acceso
del ganado.
Y la
feria, por estos años,  se debatía entre
Minerva y Mercurio. Pues el concurso de gente daba lugar al desarrollo de otras actividades que
venían celebrándose en otras fechas festivas del año, como eran los toros, las
veladas musicales y los espectáculos públicos. Pues, desde el siglo XIX, ya se
acrecentaron los complementos festivos de la feria y decayó el negocio.
Primero, una vez que se restableció la tradición taurina, prohibida por Carlos
III, se instauró la costumbre de correr toros durante varios días de la
feria.  Lo normal era celebrar dos
novilladas en los días más importantes..
            Durante este mismo siglo, también las
bandas militares y grupos musicales 
introdujeron en la mayoría de las fiestas la novedad de realizar varios
conciertos. Se acompañaban de bailes populares en la Plaza  del Ayuntamiento y en
la glorieta de la música del Paseo de los Álamos. Poco a poco, estas  actuaciones y bailes, que se iniciaron y
celebraron con motivo de algún que acontecimiento o una celebración nacional,
se extendieron en cualquier día festivo, y, predominantemente, en la feria. 
Otro elemento de estas fiestas
son los tradicionales paseíllos de gremios 
y conciertos de las doce en el Paseo. Sin embargo, por su carácter
satírico se prohibieron estos concursos de ingenios y carrozas, donde los  gremios 
representaban mojigangas, tanto procedentes de las aldeas como de  la ciudad, por cierto muy frecuentes en la
fiesta del Corpus y en la instauración de los Reyes. Recuerdos de estos son los
gigantes y cabezudos, al mismo tiempo que el reparto de pan a los pobres
jornaleros se distribuía por los comisarios de fiestas en un día señalado de la
feria. También la elevación de globos y fantoches son reminiscencias de los
artilugios y obras que los gremios presentaban para distraer a la gente en
otros períodos. 
Conforme avanza el siglo XIX, se
observa que el cartel festivo se repite, normaliza y suele estar ocupado por
tres o cuatro  veladas musicales, los
teatros que se representaban en el claustro de Consolación y en el Teatro
Martínez Montañés y los fuegos artificiales, hoy desaparecidos.
A principios del presente siglo,
el cinematógrafo hace su presencia en nuestra ciudad y fue un acontecimiento
público en la feria del año 1912.
 A  partir de aquel momento, las películas de estreno y
más populares  se proyectarán en nuestro
Parque Cinema, aunque en los primeros tiempos fue gratuito.
Y en el ocio no podía faltar el
vino y, para venderlo, se crearon  los
puestos de las casetas que era una preocupación municipal y se encargaba su
fabricación al gremio o sociedad de carpinteros para que los contrataran con
motivo de la feria. 
Finalmente, la luz va a ser un elemento
esencial de la feria festiva, y aquel maravilloso invento se contrataba a una
compañía  granadina de electricidad. Como
dato curioso, en el año 1918 solían encenderse doscientas treinta y dos
bombillas. Con el transcurso del tiempo, el alumbrado  oficial se fijará como una actividad que
marcará  el principio de la feria.  
Fotograma Tres. 
Con el paso del tiempo, aun más
disminuyó la actividad ganadera, ampliándose totalmente la actividad agrícola
por  la mayor superficie de campos
cultivados. Se fueron ocupando totalmente las pocas zonas de dehesas, baldías,
muertas y comunales que quedaban. Esto ocasionó un cambio peculiar  en la cabaña ganadera con un gran  detrimento del ganado vacuno y el aumento
significativo de las mulas y los asnos, más aptos para los juegos de yuntas,
por ende para la nueva agricultura. 
Y el saltimbanqui dio paso al
circo, el  trilero y los juegos de naipes
a las tómbolas benéficas; los ingenios de los gremios con una participación
colectiva a las casetas de  baile y danza-
al principio elitistas y luego populares-; el aleo y la trompeta del alguacil,
anunciando la proclama de feria,  a los
gigantes y cabezudos; los ingenios de las murgas de los agricultores  a los caballicos, a  los tiovivos, al látigo, a las barquillas, al
carrusel, y al látigo. Los arcabuceros 
fueron sustituidos por las escopetas de aire comprimido porque eran
menos peligrosas. Las ratillas por los globos volantes. Y, los trovadores y
aedos  fueron sustituidos por las
compañías de teatro y de  zarzuela. Ya,
tan sólo, durante unos pocos días, se iba a la feria para  ejercitar el negocio. La mayoría,  para sangrar el bolsillo del padre de
familia: el turrón para los abuelos,  los
artilugios mecánicos  para montar  los niños, y, 
las casetas para probar  las
tapas  y de  el vino de la 
 Mancha. Y  de Lucena, para los más acaudalados   . 
Como si  huyera de la comunidad humana , el recinto
ferial pasó de la calle Real al Llanillo, y de allí al Paseo de los Álamos.
Pues, desde tiempo inmemorial, ocupaba el recinto de la venta de ganado el
espacio comprendido  desde 
Y el ocio dio un paso más. Pues
la revolución  industrial introdujo el
uso de la maquinaria en las labores del campo y prácticamente quedaron los antiguos
animales como una reliquia dentro de la agricultura y sólo pastaron en los
montes muy  pocos ganados y manadas
particulares, que, por otro tiempo, tanto predominaron en la comarca. 
El tractor, los motores
eléctricos y, al final del ciclo, la informática ocuparon el puesto del asno y
el mulo, y del hombre. La feria de ganado quedó convertida en un corral
alambrado y se cambió por la feria de maquinaria y  del comercio. Mercurio alentó nuevos
horizontes en el espíritu alcalaíno.  
La capital de la comunidad
andaluza marcó tipos y formas invadiendo lo cateto y artesanal. Se trasladaron
las casetas a un nuevo recinto. Primero, 
provisionalmente al recinto ferial de la Magdalena , y en el año
1988, se inauguraron oficialmente las excelentes instalaciones que hoy día
disfrutamos los alcalaínos, siendo alcalde Felipe López García. No obstante la
feria genuina del ganado tuvo que adaptarse a los lugares cercanos, que
ofrecían un lugar para el reducido comercio ganadero que todavía se mantiene
entre los pueblos.
El vino de la Mancha  dejo paso a los vino
de la Andalucía Baja. 
Las casetas de madera y artesanales fueron sustituidas por las tolderas
del  ferial de los Prados de San
Sebastián. La Caseta 
de la Juventud ,
la del Pellizco y la
 Municipal  se democratizaron con precios gratuitos. El disco
de Machín, de los Mairena, de Juanito 
Valderrama, y de tantas cupletistas 
se cambió por el rock duro, los rap, el pop y la canción española en la Caseta Municipal. 
A veces, circunstancias
luctuosas, como la caída de la plaza de toros en el 1956, dieron lugar a la
interrupción de las actividades festivas. Incluso hubo años que por tormentas
debió ampliarse el calendario festivo para resarcir a los comerciantes de las
pérdidas ocasionadas. Sin embargo, desde entonces se ha venido celebrando la
feria con una brillante exhibición de colorido y, en los recientes años, con un
nuevo aspecto festivo y alegre, sin que hasta ahora se haya perdido, aunque
solo queden vestigios de lo que fue una de las mayores ferias
de ganado y comercial de Andalucía.
Esperando que todos disfrutemos
en estos días de descanso, sería interesante que no olvidásemos el gran
componente que tenía la feria de intercambio comercial, entre vecinos y entre
pueblos comarcanos. Sería interesante que la iniciativa privada recogiera la
antorcha de nuestros antepasados, aunque imaginativamente debiera emprender
nuevas actividades comerciales, dejando al municipio lo que siempre ha ejercido
la seguridad, la organización festiva y la infraestructura, incluso superando
con creces las condiciones tercermundistas de los años setenta. Felices
Fiestas.


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