Había llegado el Sábado Santo. Era un día aburrido.El silencio predominaba por las calles, y en este añoel frío se introducía por las rendijas de las puertas. Apenas había personas en la plaza Baja. Tan sólo, de vez en cuando la carraca se oía con su ruido ronco y taladrador de dientes de madera. Gómez Muñoz le gustaba contar las vueltas que le daba el campanero. Una, do, tres, cuatros...hasta treinta veces en cada toque, más bien, llamada a la +
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