
De todos es
conocido  el refrán “año de nieves, año
de bienes”. Pero está  por averiguar si
este dicho ofrece cierto grado de verisimilitud o, es, por el contrario un
engendro de un iluso que consiguió con sus artimañas publicitarias  extender 
un oportunista espejismo a todo el mundo en momentos de una sequía
descomunal. Pues, si nos adentramos en el estudio del desarrollo
climatológico  de cualquier
población,  y, en este caso, lo hacemos
con el término de Alcalá la Real, los años de nieves no son, por cierto, muy
halagüeños sino, al contrario,  se unen a
la presencia de otros fenómenos atmosféricos, como los  efectos dañinos    de grandes lluvias torrenciales o la
irrupción de muchas y continuas tormentas 
destructoras, que obligaban a la población a encerrarse en sus casas
hasta que salía de nuevo el sol.  Ahí,
están los  datos estadísticos sacados de
las actas municipales y recogidos en los libros de historia. Por eso, en
el  pasado fin de semana  la nieve llenó de alegría  a toda la vecindad cubriendo de blanco  la 
extensa piel de paloma del municipio de la Mota  y , como si 
el pueblo estuviera cansado de un 
clima  inadecuado  en estos primeros  días de las estación  invernal , salió  a la calle a coquetear con las bolas de la
nieve y  tirar copos  para espantar 
los malos espíritus que nos rodean. 
Parecían como si quisieran 
vengarse de tantos  días
soportando una crisis, tan larga y  tan
oscura, a la que no se le ve, ni por asomo, 
la punta del iceberg. O los brotes verdes de un árbol escuálido y
triste,  por este sentido tan ecológico
que  se ha incardinado en el optimismo de
los  políticos conservadores.  Además, la nieve  se convirtió  en un motor 
de necesidad vital  en medio de la
cuesta de enero y de encierro obligado en los hogares , pues fue un respiro
personal y colectivo  el hecho de  salir a la calle afrontando los fríos intensos
y la inestabilidad vial  en el andar o,
en  el 
caminar por las empinadas calles, blancos paseos  y 
parques circundantes. Un símbolo, claro y notorio, que concuerda con la
realidad que nos ha tocado vivir.  
 
La nieve ha
llegado, cambió el tiempo, rompió la
monotonía de  una  varada de aceituna, corta en  jornales, pero sin descanso alguno  desde el mes de noviembre. Muchos  molinos, almazaras y cooperativas  se aprestan a recibir a los más retrecheros y
los últimos  recolectores de un  producto que está subiendo por las nubes. Se
avecina un invierno  y una
primavera,  casi  de manos caídas en  el 
mundo del campo, sobre todo  para
los más débiles, los que  se ganan  el pan  

 
con el sudor de su frente o, aprovechan 
cualquier tajo posible para 
proveer, al menos,  de lo más
necesario a su familia.  Menos mal que el
sector primario  ya no condiciona
totalmente   la vida socioeconómica de la
comarca y se han abierto, a lo largo del último 
tercio, otros recursos o  modos
productivos.  Pues, las nieves  han llegado, pero los bienes están por venir,
aunque  algunos se empeñen en
ilusionarnos con  palabras vanas y  huecas. Y, sobre todo, me quedo  con
este  refrán de enero “ Invierno  caliente, 
el diablo trae  en el vientre”. Y,
al menos, las nieves han roto el maleficio de un año que se abrió  simulando una segunda primavera y,  con sus fríos
 nos ha refrescado la mente para distinguir las llamaradas y el humo de paja que abunda por los foros locales, autonómicos y nacionales.     ,
 
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