Si la fortaleza de la Mota es el
símbolo perenne de Alcalá la Real, su antónimo es más efímero, y  se escabulle 
de todas las maneras posibles. Pues, mientras el antiguo recinto
cívico-militar marca con su bella silueta una línea  quebrada e imperecedera, -casi a prueba de
bomba, pues ha resistido hasta  los  bombardeos de varias guerras civiles-, por el
contrario  para la mayoría de la
población,   e incluso  para los que tuvieron aquella feliz idea,
no  es deseada la ruptura de la
panorámica de una ciudad bella por excelencia, 
más bien  el engendro infame  de un  negocio sumamente rechazable. Este es el caso
de ese  atentado al patrimonio local,  denostado por 
todos, denominado con la más grande 
dulzura  “La Casa del Pecado”.  
Pues esta casa rompió el nudo vial más
importante, donde se habían levantado  las bellas casonas de las familias privilegiadas,
y como las tradicionales  Casas de
Vecinos-muy típicas de los años del franquismo- destrozó el equilibrio estético
entre  la anchura de su calzada  y la altura de las tradicionales  tres plantas ; y de este modo,  le dio  una fuerte bofetada al canon del sentido común
constructivo; su gigantesca mole  levantó
los mayores aspavientos de la población alcalaína.  Con su habitabilidad, además se rompió el
equilibrio de una calle campesina, pegujarera y señorial para convertirse  en un islote 
singular:  en este  pequeño solar se hacinaban numerosas familias
de las clases populares  a expensas de
unos arrendamientos bajos  o una adquisición
barata  de  infraviviendas construidas con el mayor lucro
y usura ( la economía de la autarquía); las clases privilegiadas emigraban a
las grandes capitales y  los pegujeros se
convirtieron en una rara avis en medio de la diáspora vecinal. 
No es de
extrañar que aquella casa se emulara  por
los nuevos constructores y fuera la capitana de 
la destrucción del recinto histórico-artístico, a partir de erguirse
altanera por encima de los tejados de 
triple planta. Y, como un castillo de naipes, a partir de los años
sesenta y setenta se proliferara la destrucción de muchas  casas con dintel de piedra  y fachada blanca de estilo andaluz para
levantar viviendas  con zócalos  muy horrorosos hasta tal punto que se sacaron
hasta de la cocina los revestimientos más atrevidos. 
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