Pues, la ciudad de
Alcalá la Real
jugó un papel fundamental y estratégico entre el reino de Granada y los reinos
de Castilla y León. Como puerto interior, era un punto esencial y obligado para
el paso de las tropas, trasiego de mercancías, tránsito de viajeros y refugio de tropas de defensa. Su fortaleza se
hallaba en un cruce de caminos que provenían del Valle del Guadalquivir, de
las tierras granadinas, tierras de la Mancha y del Levante. Pocas
las noticias acerca del poblamiento en la época musulmana, lo que destaca es su carácter
estratégico en el camino entre Granada y el reino de
Castilla y León y el ambiente comercial que predominaba dentro de su castillo.
No es extraño la importancia
política de esta fortaleza con
respecto a otros hins y calat e su
derredor, lo que coincide con el hecho de que en su lugar nacieron y vivieron importantes personajes, y, además, se asentaron algunos literatos significativos
del mundo andalusí como Ibn Jatib. Por
lo demás, los terrenos en torno a los
caminos se describen como zona de viñedos que coinciden con fuentes
documentales cristianas. Partiendo del conocido libro Los Miráculos de Pero Martín, así se describía la Alcalá del siglo XI y XII
sin poder determinar los espacios comprendidos entre los arrabales y la ciudad
fortificada:
“En este relato de Pedro Martín hay
también varias referencias sobre las tierras de Alcalá. Una Alcalá que
pertenecía al reino moro, flanqueada de territorios de la Orden de Calatrava, con unas
tierras plagadas de viñedos, habitada en su fortaleza, donde había personas que
se ocupaban de abastecerse para librarse de los fríos. Un lugar que era fundamental en la ruta entre el
reino de Jaén y Granada, porque pasaba un camino fundamental para las correrías
de los reyes granadinos cuando se adentraban en tierras castellanas”[1].
Pronto, la
estabilidad política y el crecimiento de su población obligaron a pasar de un
castillo defensivo a una extensa fortaleza, compuesta de diversos barrios en
torno a sus correspondientes cinturones que se ampliaron gradualmente, a lo
largo de los siglos XV y XVI con la
llegada de nuevos vecinos para repoblar esta ciudad. Pero, como manifiesta el profesor
Rodríguez Molina. “ Como a otros
enclaves fronterizos avanzadlos y próximos a tierras musulmanas, comprendidas
en la franja que corre de Gibraltar hasta Lorca, se le concedió el derecho de
asilo. La escasez de población y la poca afluencia de vecinos, dadas las duras
condiciones iniciales de Frontera, motivaron a su conquistador . el rey Alfonso
XI, conceder a la villa el derecho de homicianos[2]”.
Desde la época musulmana, la construcción
de la muralla del Arrabal Viejo
constituyó un hito fundamental
para el desarrollo urbanístico de Alcalá
la Real , ya que, con su
edificación, se pasó de una
ciudad fortificada a una nueva
ciudad que, paulatinamente, se extendió
desde el barrio de la Mota hasta el de las Cruces ya en tiempos de la Edad Moderna.. Pues, al recinto
fortificado en la cima del cerro
de la Mota , se
añadió un tercer círculo de
murallas que dio lugar al Arrabal Viejo
o barrio de Santo Domingo, cuyo centro era
la antigua mezquita transformada en iglesia del santo liberador de cautivos.
En tiempos de los almohades debió
fortificarse y sufrir una amplia transformación a la que le afectaron muchas medidas arquitectónicas de
este tiempo[3]. Tras la
conquista cristiana por el rey Alfonso XI, mientras que la ciudad fortificada
de la Mota fue ocupada por las familias nobles-estableciéndose
en las casas de los caballeros musulmanes
y aprovechando cualquier rincón
edificable de la fortaleza-, este barrio atrajo, en cambio, a los vecinos que
se ocuparon de los oficios básicos para
el mantenimiento de la ciudad. También, EL RECINTO CERRADO DE LA MOTA EN TORNO AL PRIMER TAJO ESCARPADO SE AMPLIÓ Y DIO LUGAR AL RECINTO DEL BARRIO DEL BAHONDILLO. Pero ambos barrios, en palabras de Guardia
Castellanos, estaban caracterizados por su aspecto eminentemente militar:
“Encerrada la población de Alcalá durante
los ciento cincuenta años que fue plaza fronteriza dentro de los muros
inexpugnables de su fortaleza y arrabal, a cuyo abrigo tornaban sus guerreros
después de batir a los moros de Granada, Íllora, Moclín y Montefrío que con
preferencia elegían nuestros campos para sus correrías y zalagardas., sus
edificaciones estaban contenidas dentro del cinturón rocoso de sus murallas,
formando un dédalo de callejones pinos y estrechos, cuyas casas todas limitadas
por un área mezquina, estaban tan faltas
de comodidad en el interior, como sobradas de emblemas heráldicos y pesados
escudos de piedra en su exterior[4]”. En
concreto, tanto en el recinto
fortificado como en el Arrabal Viejo se albergaban 555 vecinos, lo que
corresponde a un mismo número de casas o
viviendas, ubicadas entre sendos espacios urbanos y militarizados. Si nos ceñimos
al exterior de la fortaleza, podemos
concluir que este arrabal, -siguiendo con reservas a este escritor por sus
deficiencias de trascripción e
inexactitudes documentales-, estaba compuesto
por las calles siguientes de 1495:
“Peña Horadada, Sebastián Díaz,
Matadero, Alonso Gérez, Antonio de
Córdoba, Rastro, Puerta Nueva, Santo Domingo, Postigo, Pie de la Torre , las Entrepuertas, Albaicín, Lagares, Salto,
San Bartolomé, Santa María, San Sebastián, Martín, Alhondiguilla, Cristo de la Piedra , Pósito Bajo y Torre
Bermeja”.
Hasta finales
del siglo XVI, el Arrabal Viejo debió
formar una amplia unidad territorial a la hora de repartir los cuarteles o barrio
entre los regidores en el célebre
cabildo de suertes porque se distinguía
claramente el cuartel de Santo Domingo entendido en su amplio territorio
, con espacio delimitado con respecto a de San Juan, San Blas, San Sebastián y
el Dulce Nombre de Jesús que correspondía a la zona del Llanillo[5].
Como
manifiesta el profesor Rodríguez Molina al referirse a la fisonomía ciudadana
este es el paisaje urbano de toda la fortaleza, y, por ende, del Arrabal Viejo:
“Estructurada la Mota como una fuerte ciudad,
quedaba defendida por grandes muros y torreones, al abrigo de los cuales se
apiñaba, en reducidas dimensiones y estrechos espacios, una nutrida población
de gobernantes, clérigos y guerreros. Su fama de bastión inexpugnable es recogida por A. de Palencia
en estas breves definiciones de la villa: ‘Alcalá la Real , fortísima por
naturaleza, pero más respetable por su
proximidad a Granada` Las necesidades de
protección y defensa la convertían en un baluarte inexpugnable con un
espacio estrecho y sobreocupado[6]”.
Hasta el siglo
XVII, se mantuvo esta mentalidad de frontera
y se presentó ante la Corona la defensa
de la ciudad como un deber fundamental
y, por conveniencia, como un
manoseado ardid y fácil recurso para conseguir
privilegios y recabar fondos con destino a conservar el anillo de
murallas y sus torres. Además, sus habitantes se consideraban auténticos soldados
de primera línea de frontera, en el inicio contra los cristianos o los musulmanes hasta la época d los Reyes
Católicos, y posteriormente, contra los peligros de la frontera marítima a la
que había que defender en el nuevo campo de la política exterior de la dinastía
de los Austria. De ahí que fueran frecuentes las concesiones reales de parte de las penas de cámara y fisco con el
fin de ser destinadas a la restauración de las murallas. Sirva de ejemplo,
entre las frecuentes provisiones
reales, la que, en 1582, se concedió una prórroga de esta
concesión por veinte años y con un alcance valorado que rozaba los 24.000 ducados.
El Arrabal
Viejo debió ofrecer, como señalan las Ordenanzas Municipales de los años posteriores,
un aspecto y ambiente asfixiante para
los vecinos, que, conforme se acercaban a la fortaleza,
vivían en calles estrechas, y en casas completamente amontonadas , como si quisieran
trepar hacia la roca de la ciudad fortificada y ,al mismo tiempo, se cobijaran en el seno de sus profundidades
cavernarias. Hasta muy avanzado el
siglo XVI, el aspecto que circundaba la muralla, quedaba establecido de acuerdo
con un criterio defensivo que impedía cualquier tipo de obstáculo para el
tránsito de la milicia urbana en el caso de un posible ataque y se encaminaba,
al mismo tiempo, a presentar la mayor dificultad
de tránsito entre la muralla y la vivienda urbana, creando un espacio vacío de
adarve o anillo amurallado:
“Debía mantener en buen estado
los muros del recinto ciudadano, procurando tener alejado de sus cercanías todo
cuanto pudiera dañarlos, que, en definitiva, en una población marcada por unas
condiciones profundamente rurales, se reducían a apartar el estiércol que sobre
las murallas solían amontonar los vecinos, evitar que se hiciese fosa o
estancal en los lugares perjudiciales a
las murallas, procurar el mantenimiento de un notable espacio entre muros y
casas de vecinos de diez pasadas de ancho, y procurar que no hubiese brechas en
el recinto murado, fuera de su puerta o puertas ´que no finque cosa alguna
por donde quepa hombre”[7].
En su
interior, las ordenanzas nos recogen
varias normas para mantener el orden, la urbanidad y la disciplina urbanística,
que nos ilustran de su tipología de
vivienda y diseño urbano. En primer lugar, se daba una primordial importancia
a los edificios públicos (en este caso
la iglesia de Santo Domingo, horno, Casa de Mancebía, Alhóndiga., Posito.) y se
obligaba a mantenerlos reparados juntamente con otros elementos de uso público
como puertas de acceso, calles, o medianerías. En segundo lugar, este espacio
urbano se nos presentaba como una importante
unidad de concentración urbana dentro del recinto amurallado, en donde no se
permitía, antes de la conquista, ninguna construcción de viviendas fuera de su
reinito amurallado, tal como se manifiesta muy explícitamente en esta
ordenanza:
“los hombres del pueblo que
quieren hazer casas o fraguar algunas labores deben fazer que sean todas dentro de la zerca de los muros e, fuera de los
muros, que sea merced del Rey e a su
mandamiento”[8]….
En tercer
lugar, su trama urbana se nos ofrece “encorsetada y reducida”, en
la que la higiene y seguridad física de las viviendas se vigilaba en los
papeles, pero, a la hora de la verdad,
en muchos espacios no cabía sino
un puzle de viviendas en donde estas se
entrecruzan, estorban o se apoyan unas
sobre otras. La estrechez de sus calles obligaba a las autoridades
municipales a establecer un amplio
espectro de normas urbanísticas con el fin de favorecer el tránsito de los vecinos,
animales y mercancías. Su anchura se
establecía desde la perspectiva aérea de la parte superior de la casa, marcando dos tercios para cada una de las
viviendas, que conformaban las aceras, dejando el tercio restante para la
entrada de la luz y el aire de la calle. Así de claro y contundente es la
norma:
Otrosí no debe ningún hombre
sacar el ala de su texado más de cuanto comprendiere el ala de su texado el tercio de ella, e que
finque el otro tercio para el ala del otro texado, que es de otra parte, e que
finque el otro tercio en medio, para aire e por do entre la lumbre e por do
caigan las aguas, y el que aquesto pasare y más tomare para el ala del texado,
sino mándelo el alarife dicho fazer por mandado del alcalde”[9]
También era
frecuente que se impidiera colocar cualquier tipo de obstáculo físico para el tránsito de la calles. Entre estos,
el colocar los cobertizos y sarmenteras, lo que impedía el paso, porque
probablemente no sería extraño que se colocaran en épocas anteriores a 1496, sobre todo en el
Arrabal Viejo, donde predominaba la vivienda rural frente a la urbana.
En algunas de las calles públicas
e principales de esa dicha çibdad , algunas personas tienen fechas en las
delanteras de sus casas muchos cobertizos e sarmenteras[10]
Como tampoco, al principio se permitieras poyos adosados a las paredes de las casas junto a las puertas,
y, luego, se regularan:
Otrosí, ningún hombre no debe de
hazer poyo orilla de la pared y esto porque las callejas no se angosten e que pasen
los hombres en anchura, e si alguno esto hiciere mándelo el alarife desfazer
por mandado del alcalde[11].
En
esta misma línea de defensa del viandante, se señala la prohibición de elevar
pasadizos de una casa a otra por encima de la calle, a no ser que establezcan
una altura por la que pueda pasar un
hombre montado a caballo:
Todo hombre que haze sombreado e atraviesa la calle e haze encubierta, débela hazer tan
alta que pueda pasar por ella el caballero con sus armas e que no le embarguen,
e si más baxa la hiciere de guisa que embargue el caballero con sus armas, debe
el alarife mandillo deshacer por mandado del alcalde”[12]
Su
aspecto residencial, entre el siglo XIV y principios del siglo XVI, se
manifiesta claramente en estas dos referencias, que corresponde a un momento en
el que se intenta evadir la norma de la
ubicación de las tiendas en la fortaleza
de la Mota[13] :
“…proveyó una petición de Miguel Sánchez Vasco sobre la tienda de
Santo Domingo que pedía licencia para vender, proveyó que se guarden las
ordenanzas(…) se acordó que cualquier fruto y pescados que viene se pese en el
Peso de la Harina
e no en otra parte se peses sopena de seiscientos maravedíes repartidos en tres
partes...”
Por último,
como señala el profesor Rodríguez Molina, se establece como norma fundamental
el parámetro de la intimidad que rige para la buena convivencia entre las
familias y viviendas, impidiendo las puertas enfrentadas entre las casas de vecinos y presentando una
asimetría viaria:
“No debe ninguno hazer puerta de su casa
delante de la puerta de su vezino , si no fuera
a su grado de su vezino, ni a otro en las tiendas, en las alóndigas, ni
en los baños no se deben hazer puertas fronteras , ca es grande descubriçión,
si no fuere a grado de dueños”[14]
[3] SÁNCHEZ MÁRMOL, Fernando. Andalucía monumental ( de la Mezquita al mudéjar).
Biblioteca de Cultura Andaluza. Pp. 111. Muy fuerte es la influencia del
sistema defensivo almohade, pues desarrolló extraordinariamente el arte de
las fortificaciones “Se perfecciona el
sistema de puertas de recodo, se hace uso de la barbacana o antemural que envolvía el recinto y se utilizó como
norma la construcción de torres albarranas”.
[4] GUARDIA CASTELLANO, A. Leyenda y notas para la Historia de Alcalá la Real . Edición de F.
Toro 1996. Pág. 347.
[5] AMAR. Acta de 22 de junio
de 1597.
[7] Ibid. Tomo II. Pág. 17.
[15] AMAR. Acta de cabildo de
11 de marzo y 30 de mayo de 1492.
[16] JUAN LOVERA, Carmen. ´ El
barrio de la Mota y el Gabán de
Alcalá la Real ´. Castillos de España, 18 (1985) págs.
5-10.
[17] AMAR. Libro de cuentas de
1544.
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