ALCALÁ LA REAL. IMAGEN SIGLO XVIII CON BERNARDO ESPINALT.
H
asta
que en 1787, Bernardo Espinalt, en su Atlante Español la
describe y la ilustra, no se han encontrado
nuevas descripciones de visitantes
extraños. La visión de su grabado nos muestra una Alcalá, donde se ha
abandonado la fortaleza como sitio de población y se ha convertido en un
residuo eclesial bien fortificado, mientras la nueva ciudad se ha extiendido
por completo entre los dos cerros, el de la Mota y los Llanos, donde se han
formando un centro rectángular, atravesado por el Llanillo, en el que corvergen
perpendicular y paralelamente una serie de calles importantes, entre las que
destacan Varacruz, Real, Llana, y Rosario entre otras. El recinto fortificado
muestra su decadencia significativa no apreciándose la continuídad ni la
habitabilidad en el barrio de santo Domingo, que sólo mantiene erigida en pie
su iglesia y el lienzo meridional de la muralla, mientras gran parte de la zona
oriental ha desparecido. Tampoco se conserva el barrio de san Bartolomé ni el
del Rastro y el de san Francisco practicamente sólo conserva el monasterio. La
ermita de san Blas, adosada a la muralla es otro de los barrios decadentes de
la ciudad. Una amplia avenida desde la ermita de la Magdalena desemboca por la
puerta de lós Álamos. La antigua ciudad de trazado musulmán ha dado lugar a una
ciudad nueva, donde los espacios abiertos del Paseo Nuevo y la Plaza del
Ayuntamiento le imprimen una modernidad racionalista que se ha ido plasmando
paulatinamente a lo largo de estos dos siglos. Este entramado urbano permite la ubicación de nuevos edificios
civiles y religiosos que se abren a compases y plazoletas. Muestra de esta
evolución es la concentración de los principales edificios públicos en la zona
comprendida entre la calle Rosario y el Llanillo: la plaza mayor, el
Ayuntamiento, las Casas de la pescadería y Carnicería o de Enfrente, el
Hospital del Dulce Nombre de Jesús, el Pósito y el Matadero. Los edificios
religiosos se ubican en espacios ubicados en el siglo XVI: la ermita de san
Juan y los conventos de san Francisco, de Consolación, de santo Domingo y de la Trinidad, distribuidos a una distancia que la ciudad creía conveniente para su
ubicación. No obstante, el traslado de algunos desde la Mota se realiza en la
misma zona: el Palacio Abacial o el monasterio de la Encarnación y las nuevas
iglesias de la Angustias,y san Antón o
el conventto de los capuchinos. Sin embargo, el barrio de las faldas de
las Cruces, aparece muy poblado y
coronado por el solitario Calvario que le daba su nombre.
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