DESDE EL MIRADOR DEL
PORTILLO DE LAS CARRETAS
                Me
hubiera gustado haberme subido a un mirador más cercano y adentrarme en el alma
colectiva que , por estos momentos, se vive en nuestro entorno. Y no es porque
falten atalayas de privilegio y de 
postín en  la ciudad de la
Mota.  Faltan, todavía,  meses y no se ha pasado el ecuador del año.
Pues, sobran miradores  y balcones  naturales para  recorrer 
la vida de  nuestra ciudad.  Y eso que la ciudad bulle más que nunca.
Ahora, una nueva generación lucha por 
cualquier motivo  que  puedan prevenir  las 
autoridades. Antes, se hacía por los derechos básicos y la conquista de
la libertad y de la democracia; ahora, en un día cualquiera  puede provocarse  una concentración por  un simple motivo de  reajuste administrativo o  por  un
conflicto latente entre administraciones por 
resolver, o  por el simple hecho de disputarse el protagonismo  entre el aventurismo populista  y  las
consecuencias de los recortes de la crisis. Por eso, como vulgarmente se
comenta, hay  tela que cortar y no voy a
ejercer de masoquista  de  convertirme en un Sísifo  de los vaivenes de la propaganda  actual y 
del oportunismo político. 
                Prefiero  dirigirme al 
camino de la Cruz de la  Sardina,
tomar la senda de la fuente  del  Cañuelo ( ese abrevadero construido por  Martín de Bolívar a mediados del siglo
XVI)  y, Chinares  arriba, a través del camino del Portillo de
las Carreteras  , alcanzar la cima de la
Torre y sentarme en los restos de la base 
de  la atalaya, mientras contemplo
entre  cerros  la 
plataforma de la ciudad fortificada en 
una visión poco frecuente y no acostumbrada por los vecinos de Alcalá.
No pretendo la evasión sino la búsqueda de la sensatez, que a buen puerto
siempre nos  ha conducido. 
                Allí,
aquella fortaleza se muestra desnuda y nos descubre la huella, pura  y sin adornos,   del paso de las civilizaciones  en su suelo. Entre torres, murallas y  restos de edificios e iglesias,  sólo ha quedado una trama  entretejida de viales empedrados con piedra
ígnea, el anillo interior y  envolvente
de las casas abandonadas, el arranque de las paredes sustentantes de las  mansiones, la Iglesia Abacial, el Alcázar y
la Cárcel Real. Se nos  convierte más que
en Roca del Al Ándalus o Riñón de Andalucía en un corazón  generoso que nos tiende su  abrazo generoso y hospitalario, como si nos
guiñara  entre esta curiosa perspectiva.
Reluce actualmente  por la blancura
de  las piedras  picadas y se vende  como 
prenda de gran valor y brillo de oro por una limpieza urbana que se le
ha aplicado. Parece como si  estuviera
vestida de gala para anunciarnos un gran acontecimiento, o, hecha anfitriona,
esperara la llegada de muchos 
visitantes.  Muestra su tarjeta de
invitación  con dignidad  y  con
espíritu de excelencia entre anagramas de rutas 
( de los Castillos y Batallas de Jaén, Caminos  de Pasión, Ciudad del Olivo, Ruta de Carlos
V, del Califato, de los Almohades, Camino Mozárabe de Santiago,  de  la
Sierra Sur, de la Abadía,...) y 
desentraña su mundo interior entre cuentos, leyendas  y romances. 
El duende  de la Mota  recorre el alma del monasterio dominico,  invita al sabor del vino torrontés  en las tabernas y  lagares 
restaurados, nos traslada a tiempos de frontera. El fuego
napoleónico  ha purificado tantos años de
historia que se testimonia con los dos cañones abandonados  y convertidos en reclamo de  la fotografía de turno. El duende se hace
sonido silencioso entre los romeros  y
las lavandas. Y acompasa el caminar 
por  entre los adarves  y con la vista fijada  en el fondo paisajístico de Sierra Nevada.
Todavía, la campana  "María"
simula con su balanceo monótono un 
volteo lento  y nos trae al
recuerdo los toques pasados  de queda, de
rebato y de misa de difuntos. 
                Este
punto geodésico invita a la serenidad y a la reflexión, a saber distinguir el
trigo de la  paja, a no caer en el  aventurismo suicida, a  esperar tiempos mejores, cuando  la libertad y la responsabilidad permitan
emitir unos juicios más sabios,  y a
evitar la  imprudencia  y el acoso de los  Kamikazes y 
aquellos  catilinas que hicieron
temblar a la respublica romana en tiempos de Cicerón.            
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