Como lo han puesto en fotografía del periódico Jaén y además gozo de la licencia oportuna en las nuevas tecnologías, por ser un testimonio de mujer y de amor esencial para muchas personas y  para mejorar la  lectura de todos, pongo este artículo en mi blog.
LOLI ROSALES ÁLVAREZ
El camino es
la mejor forma poética con  la que  las personas dan  sentido al ser: desde el existir hasta ser
eterno. .El cerro del Cabezo y las marismas del Rocío son el final de una
utopía conseguida. Son el símbolo y una metáfora metafísica vital que
trasciende el aspecto material del caminar terreno. Hace un mes,  hice el obituario de  Antonio Atienza, rociero en sus años de  jubilación; ahora otra nueva romera del Rocío
ha encontrado la razón de ser,  del
autentico  camino, verdad y vida: su
esposa LOLA ROSALES ÁLVAREZ. 
            Mujer
vital y rociera, no le pudo cuadrar mejor su vivencia cofrade por ser una
mujer  llena de gozo y generosidad   en el 
amplio sentido vital.  En aquellas palabras de
Paulo (1Cor. 13:4-8) “El amor
es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha,
no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses, no se siente
provocado. El amor nunca falla”.      Pues Loli no podía de ser de otra manera tal
como la naturaleza  le dio a nacer y la
sociedad de su tiempo la conformó. Fue, pues, 
fruto e   hija de tres madres (
sic) ; madre ejemplar para todos los miembros 
de su familia ( su marido Antonio 
Atienza, recientemente fallecido, sus hijos Antonio, Manolo y Loli  y sus cinco 
nietos) y fiel compañera, portadora de gozos y de alegrías  entre los que le acompañaron  en el recorrido del  camino vecinal y rociero. Y no son simples
títulos  ni adjetivos vulgares. 
Loli  Rosales 
es un símbolo de muchas otras mujeres que nacieron en los difíciles años
de la Guerra Civil, cuando su primera madre biológica la  dio a luz 
entre gritos de muertos y paz callada de Madrid en lucha; luego se
trasladó  al refugio  y   alojamiento murciano y mientras, en su ausencia,
 su padre Antonio Rosales ejercía de miliciano
del Frente de Madrid ; más tarde, durante 
los tres primeros meses de su vida, 
quedó huérfana  junto con sus tres
hermanos ( Conchita, Antonio y María) por la muerte de su madre  Francisca Álvarez Canovaca , que, como
pelícano maternal, se vio desgarrada por las fiebres tifoideas;  en plena guerra, su padre se la trajo a la
capital de España sacando a sus hijos del Hospicio y con las lágrimas en sus ojos de ver el
nombre de sus esposa en una fosa común. Loli se convirtió en una  madrileña  total  al dejarla su padre  al cuidado de su tía Elena, su segunda madre
adoptiva, que  había llegado con su tía
abuela Concha  en los albores del siglo
XX  a 
la capital del Reino donde servía a la 
familia alcalaína Utrilla, Disfrutó 
de una educación esmerada y un bienestar envidiado por muchos en
aquellos primeros años de la posguerra gracias a que su tía  Elena estaba casada con el asturiano Salvador
, un  boyante comerciante de una tienda
de carbonería del centro de Madrid, y le  pudo dar una buena educación,  su casa de la calle Valverde y  los primeros pasos  en su enseñanza de colegio de monjas con sus
primos  Salvador, Enrique y Conchita de
modo que no quedó privada del ambiente de fin de semana  de la Gran Vía madrileña con el disfrute de
cines y teatros de estreno ; finalmente, su padre,” volvió a tierras alcalaínas con su
hija. Así ilustra  su nieto Manolo a su
abuelo “muy conocido en Alcalá   como “el
Illo”, el herrador y gran curandero de verrugas, muy recordado en esta tierra
por su gracia popular de chistes, refranes y chascarrillos, y, siempre en
presencia de un vinito blanco manchego, bien lleno sin gaseosa, en la taberna
de Góngora del Juego  Pelota, solía decir
´  Amigo,que no da nada, y cuchillo, que
no corta, aunque se pierda no importa”. Antonio, en segundas nupcias,  se casó 
con Lola Cantero Torres, viuda, que tenía por hijo a Joaquín Moral. El
nuevo matrimonio regresó a tierras del sur de Jaén,  y Loli, aunque le costó  mucho trabajo, 
se hizo vecina de Alcalá la Real, compartiendo la vivienda de conserjes
del Teatro Martínez Montañés, donde Loli descubrió la sabiduría natural  y  la
lozanía de la gente del pueblo gracias a los dotes de esta tercera madre: esta  tenía la virtud de ejercer de costurera para
fajas ortopédicas y analgésicas de la columna y  de las caderas, una industria
artesanal de   la medicinal popular. 
Esta  adolescencia, tan anómala hoy día y tan
normal en los  tiempos del subdesarrollo
español, fue,  a su vez muy enriquecedora
para la formación personal de Loli;  le
dio un espíritu de superación y de optimismo vital, cuyos exponentes más claros
fueron la alegría perenne siempre en su cara y la afabilidad en el trato con
todas las personas.  Siguiendo a su hijo
Manolo: “Pero Loli demostró su personalidad y calidad humana, le costó mucho
trabajo adaptarse a su nueva vida, más pobre y humilde, pero ella siempre con
su buen talante, trato fácil, humanidad y bondad, a grandes dosis se adaptó,
aunque  muchos deseos que traía de Madrid
no era bien comprendidos en aquella época”.  
En la calle Utrilla, conoció el oficio de su madre, disfrutó del mundo
del cine, y  Antonio, operador d máquinas
de cine, le conquistó el corazón  hasta
alcanzar su amor conyugal  a la edad de
19 años.  Y aquella vida adolescente no
quedó proyectada solo  en  su cubículo familiar. No sólo pasó por
Llanete de Vílchez y el Camino Nuevo dando muestras de  austeridad 
entre sus hijos pequeños  y  de sintonía 
de  hospitalidad  por  su
casa abierta a los demás  y  por el regocijo de las matanzas y de  las fiestas como la de la Cruz de Villena ( 
fueron hermanos mayores con los tablaos flamencos del Sacromonte.  con las
cucañas  y  con el poste de tocino deslizante
para el que conseguía la parte más alta ) , sino que siempre sus
alas maduraban entre  la educación de sus
hijos , al mismo tiempo que se extendía en una acción misionera y fundadora de
la Asociación de la Milagrosa para acogida de los niños pobres. Pues como eran
frecuente entre  las mujeres de su época,
se había forjado en su interior una actitud misional, de ahí  que  sintiera  una devoción  especial por san Martín de Porres,
representante de ese amor por los más excluidos de  la 
sociedad, ese dominico negro  que
arropó a los niños olvidados y  se sentía
acogido en el seno de otra  familia
universal , un símbolo de su vida para muchas personas..
 No era tampoco de extrañar que le quedaran
algunas reminiscencias de su estancia madrileña,  como aquellas expresiones de esta   habla que 
mantuvo en tierras alcalaínas  o en
su dieta vegetariana, que algunos tildaban de cursi al querer comer zanahorias-cosa
que aquí se pensaba de alimento animal (O tempora).   Acrecentó el círculo de amistades por días, y
como dice Manolo “la hospitalidad alcalaína con ella llegaba al culmen, y
siempre solidaria y hermanada con el dolor y los problemas ajenos ´ mí  cielo, mi niño, vida mía. Una alcalaína
auténtica, humana y solidaria, con una simpatía natural, con amigos de todos
los estratos sociales, de su pueblo, una mujer con valores y principios morales
sin fanatismos,  y con mucha humildad y
respeto mutuo”.  Llegar a su comercio  de electrodomésticos, sustituyendo o haciendo
las veces de su marido,  obligaba a
cualquiera a ofrecer un comportamiento
agradable y, del que no podías desembarazarte de comprar algo por la gentileza
de esta mujer  tan amable. O recibir una
receta culinaria con la que siempre te 
ilustraba y con muy buen gusto, ya que era una excelente cocinera.  O adelantarte el final de una serie
cinematográfica por ser una excelente cinéfila. 
Fue una mujer encantadora en la formación de sus hijos y tenaz como
ninguna afrontando la enfermedad   de su
esposo y  los achaques que le tocó
vivir.  Polo de atracción de toda la
familia, a la que acudían parra recibir el calor humano de aquella fuente de
recodo  de amor que siempre manifestaba.
No  hay persona  de Alcalá que no te diga alguna anécdota o
alguna conversación animosa, en la que Loli no le haya transmitido esa alegría vital,
sobre todo entre sus compañeros de hermana mayor del Rocío junto con su esposo
de presidente allá por el año 2000. 
Pero, ahora, que su sonrisa se ha esfumado, parece como si su Antonio la
reclamara con estas palabras de Alberti: “ Adiós.
Me voy. Perdona mi partida. /Vuelvo a la tierra en donde está la vida/ de un
marinero que perdió su canto”.

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