CAPÍTULO XII. SIGUE EL RELATO DE LOS ALCALAÍNOS EN LA GUERRA DE LA
SUBLEVACIÓN DE LOS MORISCOS.

Duró este seguimiento hasta el anochecer,
que pareció al Marqués poco necesario quedar allí, y mucho proveer a la guarda
y seguridad de la ciudad; temeroso que juntándose los moriscos del Albaicín con
los de la Vega, la acometerían sola de gente y desarmada. Tornó una hora antes
de media noche.”
El
escribano tomó un folio aparte y leyó esta copia de una carta que en la noche posterior a este relato le había enviado el Márqués del Mondejar a la
ciudad, desde la Alhambra de Granada,
e inserta en el acta del cabildo del 26 de diciembre de 1568,
día cuando llegó a Alcalá , a Loja y Alhama , el siguiente de suceder los hechos. Se leyó
en las salas altas del cabildo
tras haberse reunido urgentemente en la
madrugada del día siguiente. Y, esta misiva, la ciudad de la Mota quedó enterada del levantamiento de los
moriscos.
:
“Magnifico Señor. Por mandato,
que envié para la ciudad de Loja y
Alhama/ extenderé a vuestra merced el aviso que tenía y lo que después/ ay que
decir, es que anoche intentaron de levantar/ el Albayzín y que gran número de
los enemigos va creciendo/ y desvergonzándose de manera que conviene salir yo
en/ persona a remediarlo y allanarlo y conviene con toda / brevedad y presteza
del mundo la gente de esa ciudad / a dese aquí con gran brevedad porque depende de ello/ la guardia y seguridad de este reino
y de qualquier negligencia / que esto ubiere podrá resultar daños
irreparables/importásele a vuestra merced siendo, como es ministro de Su
Majestad/ si que en esas ciudades de su corregimiento oviese algún descuydo qué
cosa / y qué tanto va, el qual creo yo que no avrá . Nuestro Señor la muy
magnifica persona de/ vuestra merced
guarde y acreciente. De Alambra a 26 / de ciciembre de 1568 al servicio
de vuestra merced, el muy noble”.
Comprobó que,
en el dorso, estaba escrito su destinatario: al muy magnífico señor
don Gómez de Figueroa, corregidor de Loja, Alhama, o, por
ausencia, al acalde mayor.
El
marqués llamó a la gente, sin dinero alguno, y a Alcalá lo hizo
porque estaba muy cercana a la zona del conflicto,
y , alegando que venían
a servir al Rey, les previno que
se jugaban la seguridad, al mismo tiempo que les comunicaba que estaban
a ligados a su persona , y a la memoria de su abuelo y padre ( el escribano
recordaba siempre el afecto que mantenía el abuelo con esta ciudad donde pernoctó en tiempos de los Reyes Católicos y vio nacer a su hijo Antonio) , cuya fama era grande en aquel reino.
Comenzaron a dividirse los hidalgos en
diversos pareceres, porque si hubo quien les movió la esperanza de ganar o de conseguir fama y otras cosas “por el ruido o por vanidad
de la guerra”, los hubo también reticentes a querer juntarse para afrontar esta contienda. No
obstante, Alcalá compartió la llamada con
otras ciudades y señores de la
Andalucía. Sabía que los caballeros alcalaínos habían asumido, desde antiguo, la obligación de acudir en ayuda del Rey y debían
cumplir con su cometido a usanza del cabildo municipal.
Por eso, se veían obligados a traer la gente
a su costa durante el tiempo que duraba la
comida que podían traer a los hombros ( y le aclaraba Hurtado “talegas
las llamaban los pasados, y nosotros ahora mochilas”). En las negociaciones
posteriores, Mondéjar les comentó el
modo de financiar la operación: “se contaba comida para una semana; mas acabada, servían tres
meses pagados por sus pueblos enteramente, y seis meses adelante pagaban los
pueblos la mitad, y otra mitad el Rey: tornaban éstos a sus casas, venían
otros; era una manera de levantarse
gente dañosa para la guerra y para ella, porque siempre era nueva. Esta
obligación tenían como pobladores por razón del sueldo que el rey les repartía
por heredades, cuando se ganaba algún lugar de los enemigos".
Como los alcalaínos
no respondieron a los primeros avisos ni
a las primeras horas, el marqués convocó también , según contaba Hurtado de Mendoza, a
soldados particulares aunque ocupados en otras partes; a los que vivían al
sueldo del Rey, a los que, olvidadas o colgadas las esperanzas y armas,
reposaban en sus casas. Proveyó de armas y de vitualla; envió espías por todas
partes a calar el motivo de los enemigos; avisó y pidió dineros al Rey, para
resistillos y asegurar la ciudad.
También
recogió el clima imperante en la ciudad
de la Alhambra para persuadirlo aún más a la hora de tomar la decisión de emprender pronto la marcha” Mas
en ella era el miedo mayor que la causa: cualquier sospecha daba desasosiego,
ponía los vecinos en arma; discurrir a diversas partes, de ahí volver a casa;
medir el peligro cada uno con su temor, trocados de continua paz en continua
alteración, tristeza, turbación, y prisa; no fiar de persona ni de lugar; las
mujeres a unas y a otras partes preguntar, visitar templos: muchas de las
principales se acogieron a la Alhambra, otras con sus familias salieron, por
mayor seguridad, a lugares de la comarca. Estaban las casas yermas y las
tiendas cerradas; suspenso el trato, mudadas las horas de oficios divinos y
humanos, atentos los religiosos y ocupados en oraciones y plegarias, como se
suele en tiempo y punto de grandes peligros.
No andaba con
presteza la ciudad de la Mota ante esta inesperada situación de guerra. Pues respondió
con una escueta carta al Marqués de Mondéjar evadiéndose del compromiso y aludiendo
que habían estado recientemente defendiendo la Costa de unos barcos turcos con una compañía de
soldados. Querían autojustificarse dando por comprensible la actitud de Alcalá, pues no
sólo, debían a hacerse frente a lo que
suponía de sangría de hombres, sino también el acopio de efectivos por parte
de Alcalá y Castillo en la proporción de
un tercio a dos tercios ( 24 por ciento
para la villa castillera y otro 57 por ciento para la ciudad de Alcalá la Real fuera de
dinero u hombres). Además, alegaban las pocas armas eficaces que le quedaban en
su armero municipal, ya que los soldados alcalaínos disponían, en su mayoría,
de algunos arcabuces, pero, otros muchos
sólo tenían ballestas, picas, y espadas de tal manera que, tenían que cambiar estas últimas y comprar nuevos arcabuces. Por eso,
el corregidor no se anduvo con
chiquitas, porque su postura , en
asuntos de la Corona
, era tajante; a pesar de que, en los primeros momentos, tratara de mediar en
las continuas dilaciones y achaques
contemporanizadores de los miembros del cabildo municipal (pues les había
salido bien a los miembros del cabildo en otros tiempo la táctica de retardar y alargar
con alegaciones su presteza en
el envío de las tropas alegando servicios anteriores), Como es lógico,
el marqués no atendió, en esta ocasión, tampoco las evasivas, sino que envió otra
segunda carta , en términos muchos más agresivos:
Recibí la carta de vuestra merced a veintisiete de este y oy a Rodrigo
de Góngora, regidor de esta ciudad, tengo a muy bien entendido y entendida la
voluntad con que esa ciudad a servir y sirve
gente / a Su Majestad, le obligara en postergar a rebelarla, pero por la
necesidad presente no se puede tener
resspeto a nada, e así recibiere vuestra merced, que toda presteza posible se me envíe toda la gente útil para pelear
que ay , oviere de prestar a Su Majestad, se lo encargo e mando , que no espero
ya otra cosa, para sí al campo ,
sino que me llegue alguna gente.
Alhambra 28 de diciembre de 1568.
Sin miramiento alguno, se tocó
aleo, se hizo el alarde por las calles
altas de la Mota, los barrios de Santo Domingo y Nuevos y , una vez reunidos los
soldados en la Plaza Alta, se le repartieron los arcabuces, espadas, ballestas,
lanzas y
picas, e , inmediatamente organizados en una compañía con sus capitán , alférez y sargentos, el
corregidor se aprestó a que salieran
de la ciudad; iban en formación como una
compañía de cien soldados tiradores al mando del capitán y regidor Juan de Aranda Figueroa.
Llegaron a Granada, se pusieron a las órdenes del marqués, con el que acudieron
a sofocar primero cualquier revuelta que
sugiera en el Albaicín y, posteriormente,
se dirigieron a la primera línea de batalla, donde se
mantuvieron desde 31 de diciembre del
año 1568 hasta el 26 del mes de febrero del año 1569 en el frente de Órgiva. Cayó enfermo el
capitán y fue sustituido el 16 de marzo por
el alférez, su pariente Francisco de Leiya.
La mujer de
Antón lo llamó desde la cocina. Le
decía que estaba dando el último toque la campana de la Iglesia de Santa María la Mayor. Cerró el cuaderno , se arregló un poco
colocándose un recio manto de lana y cubriéndose la cabeza con un gorro; después se cogieron del brazo y desviándose de las escalinatas del Postigo, por el Cañuto para evadir los copos de
nieve se dirigieron a la Iglesia de
Santa María para asistir a Misa Mayor. Puso
una señal en el cuaderno y dejó en este
párrafo la lectura de la Guerra contra los Moriscos para la tarde de este frío domingo al calor de la chimenea.
Año es el 1568 No 1563
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