En el mundo
occidental, la sociedad del bienestar ha supuesto un paso de gigante en
comparación con otros periodos históricos. El sistema público se organizó,
gracias a  la aportación de sus
contribuyentes, con una capacidad protectora que podía afrontar y paliar muchas
de las situaciones precarias de los componentes de la sociedad europea y
española. Ante la falta de trabajo o el desempleo, proveyó los mecanismos para
atenuar el menoscabo de la primera fuente de ingresos de los trabajadores en
tiempos de crisis o de situaciones difíciles 
por los que suelen pasar muchas empresas; en la tercera edad, dispuso de
los mecanismos necesarios básicos para afrontar las carencias de una vida
feliz  desde la atención a la salud hasta
el  momento  crucial de la dependencia de muchas familias;
en otras edades de la vida, alcanzó el máximo desarrollo de actividades,
infraestructuras y otros programas para conseguir el total bienestar de los
ciudadanos.
            Pero
si nos falta este sistema público y no existe, en consecuencia, la sociedad de
bienestar, ¿qué podría suceder o acontecer? No 
nos lo figuramos; criticamos todo 
lo que se nos antoja y nos cuesta trabajo mantenerlo, despotricamos de
los que se desvelan por luchar por este modo de vida  y nos hacemos de  bruces armando guerras entre tirios y
troyanos como si no estuvieran muy cercanos los primeros síntomas del
advenimiento de la destrucción de la sociedad del bienestar.  Y yo me pregunto : Para no quedarnos de
bruces y creer que estoy escribiendo un cuento de hadas, más bien de duendes
malos ¿ por qué no se los preguntamos a las cantidad de personas que acuden a
recibir una ayuda diaria de muchos organismos no gubernamentales? Pues estos
han sido los primeros que se han dado cuenta de que la sociedad del
bienestar  ya no es una realidad, sino
que ellos mismos han sido víctimas de un tsunamis arrasador que  se ha llevado 
a toda persona por delante sin miramiento alguno, sobre todo a los más
débiles y desprotegidos.  Pues, en primer
lugar, le ha quitado  o reducido el
empleo de su unidad familiar de modo que los ha 
mermado drásticamente  en los  recursos e ingresos, con lo que se ven
coartados  para afrontar todas las
necesidades básicas  ( y digo básicas
como el alimento, el vestir, o  la
vivienda,  que son derechos
constitucionales y, por qué no naturales ). En segundo lugar, las familias se
han visto condenadas a un endeudamiento insoportable que  muchas 
han agotado hasta las alforjas y alcancías de los abuelos, que lo habían
atesorado con gran esfuerzo y sacrificio, 
y en un santiamén  se han quedado
con los tiestos rotos. En tercer lugar, 
muchas personas se han visto excluidas en medio de la pobreza y la
vulnerabilidad más lacerante que nos podamos imaginar  y se han convertido  en los seres más desfavorecidos e indefensos
de este Tercer Mundo, a cuyas personas 
no se les pone la cara sonrojada ante la inmediata isla de pobreza y
exclusión social  de l Cuarto Mundo que
ha  nacido entre sus paredes. Por último
recojo unas palabras del VII Informe del Observatorio de la Realidad Social  en
septiembre de 2012 Cáritas Nacional “ la
evolución de la solicitudes de ayuda de Cáritas no es un asunto pasajero o
coyuntural , sino que expresa la consolidación de una estructura social en la
que un número elevado de personas y familias han quedado sin esperanza en su
proyecto vital”. Lo dejo como 
corolario último, pues ha tocado el lado más sensible de los individuos
, se ha cortado de raíz la esperanza de muchas personas. 
            Ante
estas situaciones de pobreza y precariedad, creemos que no nos va coger nunca
el tren de la exclusión, y saltamos fácilmente de largo al otro lado de la  vía del bienestar  para irnos a la orilla de la integración
social, y en una comarca como la nuestra, que todavía no nos hemos resentido
profundamente, nos instalamos inamovibles e insensibles ante la llamada de la
solidaridad de muchas familias. Pero si 
nos faltara  a muchos la sociedad
del bienestar, me pregunto qué haríamos. Pues, como, en otras ciudades, en la
nuestra ya son numerosas las personas que acuden a Cáritas y Cruz Roja para
demandar  en primer lugar alimentación (
que sobrepasa más del setenta por ciento), luego reclaman ayudas de vivienda y
empleo, ropa y calzado, gastos sanitarios y asuntos legales. Y siempre, con la
cabeza alta dicen que lo que quieren conseguir es un empleo, porque lo otro lo
piden con la cabeza gacha por el amor de sus hijos que tienen que comer
diariamente.   
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