Esta
mañana desayunaba una noticia de prensa que me provocó una mala digestión a
pesar de haberme engullido un frugal
alimento. Cierto canal radiofónico resaltaba el siguiente titular: “El 26 por
ciento de los menores -2.200.000 niños- viven en hogares que están por debajo
del umbral de la pobreza, por lo que por primera vez se sitúan como el
colectivo más pobre de España” . Al
instante, este titular lo relacionaba, como
les sucede a muchas personas, con el hecho de que era uno de los bulos y de las
deformaciones de la realidad que
continuamente nos ofrecen los actantes
del momento presente. (Por cierto, los nuevos reformadores del Diccionario de
la RAE, han ampliado en gran cantidad los sentidos semiológicos de muchas
palabras relacionadas con la política y la economía…. han convertido auténticos
sablazos, recortazos, copagos, y subidas
del IRPF, en el polo opuesto de su
significado etimológico, escaldándolos de todo lo que significara un desgarro
más de la nómina pecuniaria para convertirlo en una necesidad perentoria
obligada por la rémora del pasado).
Pero, no lo dejé pasar por alto, recordé que el impacto
de la crisis en los niños era una realidad clara y notoria en España; y, no podía soslayar
mi entorno.
Las conclusiones del estudio y el informe de
UNICEF-España procedían de base
científica y se manifestaba en familias
que habían sobrepasado el umbral de la pobreza y eran víctimas de la máxima
vulnerabilidad. Pues, hay casos de niños que solo tienen la ropa de vestir y
nada más, y se encuentran a expensas de
los desechos de las familias que se desprenden de sayos de los niños de bien( a
veces, incluso sin estrenar); hay niños que se alimentan con muchas menos
calorías y con dietas tan
deficitarias que están a años luz de una
familia de las clases medias ( tan sólo algunos pueden disfrutar de la leche
que le donan las instituciones humanitarias como la Cruz Roja, o cristianas
como Cáritas); hay niños que les incide
mucho más el absentismo escolar por formar parte de un entorno familiar que
cambia de hogar o de residencia con
mucha frecuencia; hay niños que están corroídos por enfermedades y no pueden pagar muchas veces los medicamentos
de un simple resfriado, porque sus padres no tienen con que afrontar el recibo mensual
de la electricidad de sus casas, o del
agua de sus domicilios o de la renta del arrendamiento. Y, aún más, todas estas carencias se intensifican en
muchos hogares donde se vive una pobreza crónica.
El informe de UNICEF no se
merecía un simple comentario, ni tampoco escucharlo para pasarlo a la papelera
de reciclaje, sino que me hizo reflexionar
sobre el momento presente, sobre
la comedura de coco que nos tiene insertos con el continuo bombardeo de
asfixias económicas por parte de los agentes del consumismo financiero, y sobre
la poca
sensibilidad con la que enfocan ese cuarto mundo de la humanidad, que ya no se encuentra en el
Tercer Mundo, sino que son el auténtico Cuarto Mundo de la Pobreza. Sé que
muchos piensan que la solución es el célebre adagio latino “carpe diem” y no
preocuparnos más que por el día a día y nuestra diversión salvando nuestro pellejo, que
ya es mucho decir. Pero no podemos quedarnos con los brazos cruzados ante una
realidad tan sangrante, como son el hambre y la indefensión de los niños pobres. Es la hora de cambiar el
déficit de la usura por el superávit de la solidaridad, la bajada de la
bolsa por la apuesta de la prisma de
riesgo para quitar la pobreza, es el
momento de cambiar de pedagogía de la
usura financiera por la búsqueda de otro
mundo donde quepamos todos. Es difícil cambiar de mentalidad, pero el reto es
más profundo que el del simple cambio de terminología
económica o de la salvación de unos pocos. Es algo fundamental, radica en subirnos
todos en una misma nave.
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