Las
luminarias de san José se encendieron en varios rincones de la ciudad  de la Mota,  al mismo tiempo que quemaron  los trastes viejos  y los ramones de los olivos nevados de la
Sierra Sur de Jaén con su acción purificadora 
y catártica. También se  prenderán
en el  Sábado de Gloria y anunciarán una
resurrección que coincidirá con esta estación  del 
mundo natural.
            Mientras
tanto, por otro lado, los rostrillos, las túnicas penitenciales, las
caperuzas  multicolores y la cera de los
cirios semansanteros recordarán la memoria de pasión  y sufrimiento de un  perdedor que, al final, triunfará con su  palma 
de victoria y en medio del signo de la luz. 
            Algo
parecido acontece en nuestra sociedad, 
porque cada día se propagan los perdedores y se multiplican las pasiones
de muchas personas y familias. No hay que acudir a tierras del Tercer Mundo, a
donde casi nunca tuvieron la suerte de disfrutar del calor de una luminaria
festiva; simplemente, hay que echar la vista a nuestro derredor para palparla de
carne y hueso.
            Pues
el único brote de luz  ha quedado
reducido a la acción solidaria de la  mano
tendida de un vecino o un  familiar
jubilado (la mayoría de las veces de una organización humanitaria) y, sin
embargo la pasión ha anidado en muchas familias que sufren el paro, el despido
forzoso, la pobreza más excluyente que podría acontecer a un ser humano, o  la carencia  de los elementos más imprescindibles  de  las
personas como  son el alimento, la
vivienda y la asistencia básica social.  
            Estos,
en suma, son los perdedores de nuestro entorno con nombre y apellidos (los
crucificados por el poder injusto  e
imperante de  un mundo egoísta  y usurero) y, por otra parte, la pasión
nazarena  se representa en nuestros días
en muchos hogares. Y podríamos describirla con los numerosos cuadros del vía
crucis sangrante,  real y viviente- digo,
más bien, sufriente- que anida en  muchas
familias, cuyos  sentencias   de desahucio proliferan,  las 
caídas de rodilla no quedan reducidas a tres estaciones sino que sufren
la humillación diaria de la angustia y desamparo  de los poderosos y   los flagelos y la cruz  se han 
grabado  sobre sus  hombros hasta hundirlos  en la desesperanza. Esperemos que las
luminarias pronto traigan otros aires y un mundo  diferente lleno  de luz y utopía. Venga la auténtica
resurrección.