1580, SE EXTIENDE UNA EPIDEMIA
 Era el año  1580, año que venía precedido de muchos  rumores de epidemias y peste de morbo asiáticas, ésta se había extendido por  la  Andalucía Occidental. Contaban las malas lenguas que un arriero alcalaíno había ido a Sevilla para traer algunas armas  y se había contagiado con la peste que invadía en la ciudad  de la Giralda. 
 El corregidor Alonso Nino, al principio, no le hizo mucho caso, pero, al extenderse profusamente  rumores de apestados  y  comentando la gente que había en la ciudad varias casas cerradas a cal y canto, llamó al médico.
 Lo hizo de noche, y,   con mucho sigilo y recato, le comentó que parecía que había un caso de un apestado en  la ciudad. 
 -Te ruego una misión especial, debes encontrarlo entre los vecinos, porque se mantiene oculto-, le dijo en la Casa de la Audiencia de la Mota.
 -Otra vez, con los mismos cuentos, tenemos una ciudad sana, donde corren los aires más puros  de Andalucía, y, ante el mínimo cuchicheo,  no nos falta el mayor espanto, para que nos alarmemos.
 -Anda, te lo digo, ve y busca a todos los enfermos, para erradicar el mal en sus mismas casas, no te preocupes de  gastos ni del  tiempo perdido, te pagaremos  todo lo que  sea necesario. Es cuestión de vida y muerte.
 Así lo hizo el médico. A los primeros que visitó fue a los transeúntes y enfermos del hospital de la Veracruz y del Dulce Nombre de Jesús por si algún viajero  se había hecho pasar por  enfermo y, era, por el contrario, un apestado. Manos a la masa, si veía una persona con síntomas de fiebre,  casa a la que entraba,  y  le tomaba el pulso al doliente;  si un cliente  visitaba su casa y tenía  calores y fiebre, le colocaba paños en la frente;  de tal modo que no le faltó  casa de pobre o viuda que tuviera que hacerle visita en toda la comarca; incluso fue a algunos cortijos lejanos  porque no se fiaba de los labradores que encubrían a muchas personas, sobre todo moriscos furtivos. Para colmo de males,  rompió el silencio y la clausura de conventos y monasterios revisando a cada una de las mojas, entrando en las celdas de las mayores que estaban postradas en las  camas con síntomas de enfermas. Tardó más de tres meses en desempeñar una tarea que no le reportaba beneficio alguno, y con  resultados  negativos. Le insistió el corregidor que le habían dicho que llevaba mucho tiempo sin ver al arriero de Sevilla, para disipar dudas le pidió que le acompañara  un alguacil  para  evitar problemas si dieran con  la casa de aquel vecino fantasmal.
 Al final, dio con una casa oculta y solitaria  de las laderas del cerro de las Cruces, por cierto cerrada a cal y canto, lo que provocaba que los vecinos desconfiaran de este vecino. (Pero, tampoco no habían notado nada especial, porque siempre  este vecino estaba ausente debido a sus labores de arriero y cosario). El doctor había acudido en  varias veces anteriores  a ella  y se encontró la puerta cerrada, por lo que no percibía nada extraño; pero esta vez, olfateó  algo quemado y chamuscado que no lo había olido en la última visita.  Por eso, ambos, el doctor y el alguacil forzaron la puerta y pasaron al patio interior, el arriero había quemado  toda la ropa cuyo fuego se había extendido en todo el herbazal del corral. Subieron a la primera cámara y se lo encontraron  putrefacto. 
 -No te lo dije, parecía que olía a muerto- exclamó el alguacil.
  -Anda, señor, quema todo lo que queda con romero,  vestidos, sillas, y muebles y tráete féretro para enterrarlo pronto.
 El doctor cerró con cinco llaves y cerrojos la casa, y el corregidor ordenó que nadie entrara ni pasara por allí. 
    Pasaron varios años y todos se olvidaron de aquellas pesadumbres. Un día, todo el pueblo celebraba fiestas de toros y cañas. Pero el doctor, que se llamaba Diego de López de Molina,  andaba malhumorado y no le gustaba el comportamiento de los jurados y regidores de la ciudad que no le hacían caso alguno con lo que le habían prometido. Tomó cartas  en el asunto el señor corregidor, a lo que el doctor le respondió que no podía esperar más.  
 -¿Qué te sucede que nada te viene bien?
 -Nada, mi señor, lo mismo que hace meses, ni me hacen caso ni me pagan aquellos servicios que hice con tanta dedicación y riesgo. Y eso que con mi trabajo y la misericordia de Dios no se ha extendido ni un caso de esta enfermedad en esta ciudad  salvo el del arriero. Y eso que escudriñé bajos, sótanos, bodegas, alacenas y trasteros de todos los rincones  que podía haber. 
 -No te preocupes, esta misma noche nos reunimos en cabildo y tendrás buenas noticias.
 El corregidor subió al ayuntamiento, de nuevo se hablaba de apestados, estaban muy cerca, los había en la ciudad de Priego. Aprovechó la ocasión. 
 -Hay que tomar medidas, pero…. Antes hay que pagar al doctor Molina, propongo seis ducados por sus servicios.
 Todos, por unanimidad, asintieron la propuesta del corregidor. Pero, el doctor Frías se levantó malhumorado y exclamó;
 -No estoy de acuerdo con este gasto, ni  lo acordó el ayuntamiento ni  entra dentro de las partidas del presupuesto del cabildo.
 -Siempre lo mismo, doctor, así no se avanza ni se consigue nada.
 -He dicho lex  dura, sed lex, lo siento  y  le hago contradicción, que conste en acta,- contestó el altivo regidor.